Mi primera reacción ante tan anormal unánime actuación de periódicos aparentemente plurales ha sido, como entiendo debería ser la del resto de personas ecuánimes y con algún principio democrático, una cierta aunque tranquila indignación. Tratar de presionar al Tribunal Constitucional con nada veladas amenazas de insubordinación y desintegración nacional si no se pasa por el aro resulta muy propio de los amantes de la patria. Es lo de siempre, se convierten en portavoces de ese ente superior y de todos los que en él habitan y se pasan por el forro formalismos como la separación de poderes y la necesaria sujección de todos a la ley. Tenía ya absolutamente claro que puestos a elegir un nacionalista lo es antes que izquierdista, ahora también confirmo que un nacionalista lo es antes que demócrata. Cuando uno defiende verdades absolutas inmutables como los preceptos religiosos o la santa nación todo lo demás se queda por debajo. De ahí quizás el paralelismo entre el editorial conjunto aparecido en toda la prensa con las pastorales y encíclicas que de vez en cuando la jerarquía católica nos presenta de forma coordinada en todas las parroquias.
Escucho por la noche en formato editorial en Cuatro a Iñaki Gabilondo hacer, como era de esperar, una interpretación diferente de las claras amenazas del editorial. Argumenta el señor Gabilondo que se trata en realidad de advertencias de buena fé de quien quiere evitar males mayores. Es sin duda una simpática interpretación que aplicado por ejemplo a la violencia doméstica convertiría la amenaza de un marido abusador de dar cuatro hostias a su mujer en una expresión de cariño por querer evitarle la paliza a su mujer. Señor Gabilondo, uno de los dos estamos jilipollas, o quizás simplemente lo simulamos. Cada cual que lea esto es libre de opinar al respecto.
Pretenden los nacionalistas como siempre saltarse las reglas del juego y tergiversan preventivamente la lógica interpretación que dará el Tribunal Constitucional a alguna de las normas aprobadas en el Estatut. Cuando este tribunal sentencie que algunos artículos de la nueva norma no son acordes a la Constitución no estarán cortando las alas a la voluntad de los catalanes expresada en referendum, estarán indicando que el procedimiento para cambiar algunas normas consiste en realizar una reforma de la llamada Carta Magna, y que para realizar dicho cambio se necesita la aprobación de todo el pueblo español que es soberano en esta materia. No hace falta recordar que son los catalanes parte integrante de dicho pueblo y como tal tendrán capacidad de expresarse si tal cosa ocurre. No gusta obviamente este punto de vista a los nacionalistas que han decidido que Cataluña es su finca particular y que quieren negarnos a los demás la capacidad de opinar en temas que obviamente nos competen.
Decía pues que mi primera reacción ante todo este tema ha sido de una tranquila indignación. Tranquila porque a estas alturas ya nos conocemos todos y sabemos de que pié cojea cada quién y que podemos esperar de cada uno. Una segunda reflexión me reconforta en parte ante la constatación de que la situación política en Cataluña es suficientemente grave como para justificar que gente relativamente heterogenea políticamente se una en un frente común contra el omnipresente nacionalismo. Eso pretendía ser Ciudadanos, un punto común de la izquierda no nacionalista, antes de que elementos mucho más heterogeneos y cuya compañía me resultó finalmente insoportable se integraran en el joven partido. Me recomforta repito confirmar que la necesidad de solución al problema existía, aunque la solución no fuera afortunada.