domingo, enero 29, 2012

¿Porqué permitimos que nos expolien? (I) La autoestima destruida.


Hace ya casi cuatro años desde que la crisis económica se desató y arrasó con el espejismo de prosperidad creado por el liberalismo. Ante la magnitud de su fracaso, hubiera sido razonable una masiva reacción de condena y de rechazo a la ideología que nos ha traido hasta aquí, pero la realidad nos ha llevado por caminos diferentes.

Tras la conmoción inicial, las oligarquías que se enriquecieron durante la fase de burbuja del crédito, han puesto en marcha su maquinaria de poder para asegurarse de que la fase de contracción no les arrebate los beneficios acumulados. Inmensas cantidades de fondos públicos se han transferido a manos privadas mientras se desmantelan los servicios públicos que salvaguardan un bienestar mínimo a la mayoría. Millones de personas han visto desvanecerse su trabajo y su sustento, cientos de miles han visto como los bancos les expropiaban del producto del ahorro de toda una vida, nos arrebatan a todos derechos arrancados en decenios de lucha ante nuestra mirada aletargada y estupefacta. El expolio a las mayorías por parte de las minorías se ha vuellto tan obvio que empieza a abrirse paso entre los grandes medios de comunicación. Y aunque como un goteo algunos salen a las calles y pasan al grupo de los indignados, la mayoría sigue moviendose con la mansedumbre del rebaño que se deja llevar igual de docilmente cuando le llevan pastar, que cuando les dirigen al matadero.

No me parece que se haya analizado mucho en los medios esta mezcla de mansedumbre y resignación con la que la gente afronta el presente y el futuro. Aporto mi granito de arena para dar mi propia explicación al fenómeno en una serie de entradas en el blog dedicadas a las que a mi entender son las cuatro causas fundamentales que explican la colaboración de la gente con los que les expolian. Recojo en realidad ideas que ya he expresado en el blog, por lo que pido disculpas a los que les suenen los argumentos a repetidos.

¿Porqué dejamos que nos expolien? 

Motivo I La autoestima destruida

Alguna gente se sorprende de que con indicadores económicos tan nefastos, las tiendas sigan vendiendo, los bares sigan teniendo clientes y haya una cierta apariencia de normalidad. En realidad la explicación es relativamente sencilla, y es que de momento esta crisis no nos ha afectado a todos por igual. Mientras una mayoría sigue yendo a su trabajo y recibiendo ese salario con el que capea el temporal, son los parados los que se han llevado, de momento, la parte del león del sufrimiento. Cabría pensar que es en este sector social donde surgiría la semilla de un descontento más violento, más de cinco millones de personas (con sus familias) que tienen poco que perder, y a las que les han robado el presente y el futuro. Se diría sin embargo que constituyen un colectivo invisible y mudo entre el que han fracasado los intentos de.organización y movilización.

A mi modo de ver, el elemento fundamental que explica la pasividad de estos y otros damnificados de la crisis tiene que ver con un sutil proceso de destrucción de la autoestima a la que nos estamos viendo sometidos. El mecanismo es sobrádamente conocido como condición básica para que la gente se someta a una situación de maltrato, y destruye toda capacidad de resistencia y de lucha a partir de conseguir que la víctima se culpabilice de su propio sufrimiento.

La persona que pierde su trabajo ve su vida puesta de repente patas abajo. Con el fin de su trabajo pierde de repente algo más que su sustento, pierde la rutina diaria que guía la mayor parte de sus acciones. El shock viene normalmente acompañado de una inevitable sensación de fracaso personal toda vez que el recientemente despedido no puede evitar compararse con aquellos, incluso entre sus ex-compañeros, que no han sufrido la misma suerte.

En las pasadas elecciones, entre los spots electorales del PP me llamó la atención uno que se centraba precisamente en ese drama personal. Personas que con cara de verguenza o incluso entre llantos confesaban a sus más allegados la humillación de no haber sido lo bastante buenos para mantener su puesto de trabajo. La verguenza y la culpa serán las compañeras inseparables de buena parte de la gente que pasa a engrosar las listas del desempleo, y ambas se verán alimentadas según los meses pasen y al fracaso para mantener el puesto de trabajo se una el fracaso al conseguir un nuevo empleo. Las continuas apelaciones en los medios de comunicación a la necesidad de formarse y mejorar una cualificación inadecuada para salir de ese callejón sin salida contribuirán eficazmente a machacar definitivamente la dañada autoestima del parado.

El parado es siempre demasiado viejo o demasiado inexperto, le falta el conocimiento adecuado de idiomas, no sabe hacer un curriculum, no sabe hacer una entrevista laboral, no tiene atractivo físico. El parado es el fracasado máximo en la sociedad del tanto tienes, tanto vales. El parado no vale nada, no vale para nada, no le quiere nadie, no le necesita nadie.

Yo también he vivido los efectos devastadores sobre la autoestima de una situación de desempleo que en mi caso se alargó hace años por tan solo nueve meses. Recientemente, haciendo procesos de selección de personal para mi equipo tuve la oportunidad de entrevistar a los máximos perdedores de entre este colectivo maltratado, gente algo mayores que yo, con dilatada experiencia profesional que te agradecían con lágrimas en los ojos el que te hubieras dignado a entrevistarles. En sus caras, se reflejaba la angustia y la inseguridad, y por supuesto la culpa por su fracaso. Es paradójico pero tristemente entendible que fuera yo el que viviera la experiencia con mayor indignación hacia este sistema que machaca y devora a las personas con sádica falta de piedad.

Si el parado es un caso extremo de autoestima destruida que deja a la persona incapaz de defenderse, en realidad el sistema nos bombardea a todos constantemente con mensajes que pretenden que interioricemos nuestra culpa ante una situación en la que en realidad somos víctimas. El asunto se resume en esa especie de eslogan repetido como un mantra: hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y se omite la segunda parte que todos intuimos, y es que ahora nos toca pagar por ello, por nuestros pecados y nuestros derroches anteriores.

Somos culpables por haber comprado una casa que no podemos pagar, pero se nos omite como los que se suponía que conocían la economía nos mentían negando una burbuja insostenible y prometiendo una revalorización continua de nuestra vivienda en un entorno de pleno empleo. Somos culpables de que el estado tenga déficit público, y nos lo dicen los que rebajaron impuestos repetidamente a los que más tenían. Somos culpables de que nuestros salarios hayan subido en exceso, y nos lo dicen mientras los datos nos demuestran que el salario real ha descendido mientras se producía una inaudita orgía de beneficios empresariales. Somos culpables de nuestra economía poco innovadora, y nos lo dicen una clase empresarial que solo sabe vivir de la explotación laboral. Somos culpables de nuestra baja formación, y nos lo dicen los que se afanan en destruir todo vestigio de calidad de nuestro sistema de educación público. Somos incluso culpables de vivir más años, convirtiendo nuestra vejez en una egoista carga hacia la sociedad.

Y mucha gente lo ha interiorizado, hasta el punto de que asisten sin rechistar al retraso de sus jubilaciones, a la subida de sus impuestos, al empeoramiento de sus servicios sociales, a la degradación de la educación de sus hijos... Y no hacen nada porque han asumido su culpa colectiva por aspirar a una vivienda, por disfrutar de vacaciones, por comprarse un teléfono movil, o sobre todo por tener el privilegio de juntar dos salarios miserables tras jornadas eternas soportando horarios enloquecidos mientras sus padres cuidaban de unos hijos que apenas conocen.

Un mecanismo poderoso que nos mina y nos convierte en marionetas indefensas. Un primer elemento contra el que luchar si queremos salir de esta deriva a la que la mayoría asiste atónita.

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