sábado, marzo 03, 2012

Una larga cronica de una breve visita a Israel


El trabajo me llevó a principios de esta semana a visitar la oficina de mi empresa en Israel. Confieso que no me gustan los viajes de trabajo, pero este me producía una curiosidad por ver de cerca lo que ocurre en tan complejo rincón del mundo. Tuvimos además la suerte de poder dedicar unas horas a acercarnos desde Tel-Aviv a Jerusalem y charlar con la persona que nos hizo de guía. No podía menos que utilizar este blog para hacer una crónica del viaje.

Aterrizamos en Tel-Aviv el lunes y vengo predispuesto para encontrarme con un país con extremas medidas de seguridad. Salgo de la terminal tras pasar un control de pasaportes habitual y sin notar diferencias al respecto comparado con otros países europeos. Durante el trayecto en el taxi que nos lleva a nuestro hotel en Tel-Aviv no veo presencia alguna del ejercito, ni controles de ningún tipo, ni excesiva cantidad de policía.

El hotel que nos han reservado es excelente y se encuentra enfrente de la playa, junto a un largo y agradable paseo marítimo.El día es magnífico y el Mediterraneo sobre el que vemos la puesta de sol está muy tranquilo. Salimos a cenar a un restaurante en Jaffa, una antiquísima población costera que ahora ha quedado absorbida por la ciudad. Su centro histórico es pequeño pero muy bonito y el paseo antes de cenar resulta muy agradable. Cenamos la excelente comida típica del medio oriente y paseamos por la playa de vuelta al hotel. Por la mañana amanece un día radiante, corro por el paseo marítimo antes de ir a la oficina y recorro varios kilómetros de playa entre grandes hoteles y algunos restaurantes. Mis primeras horas en Israel encajan con cualquier visita a una ciudad turística costera, o casi. Mientras corro sobrevuelan la costa a cierta distancia dos helicopteros Apache. Nada espectacular por otra pare.

Pasamos el día en nuestra oficina en Israel, muy próxima al hotel. Mis relaciones con los compañeros de nuestra oficina allí son bastante buenas y las reuniones que mantenemos son agradables y productivas. Las maneras de los israelies en los negocios se me asemejan a las nuestras. Su tono de voz es alto, las discusiones son acaloradas y el estilo es directo. Ninguno de nuestros interlocutores parece ser árabe y entre ellos hablan en hebreo, aunque casi todos con los que nos hemos cruzado dominan bien el inglés. En las carreteras he notado que los carteles están normalmente en hebreo, árabe e inglés.

Durante la de nuevo excelente comida charlamos con nuestros colegas. Una de ellas nos enseña orgullosa la foto de su hija de unos 20 años. Menuda y morena, aparece con ropa militar y un fusil más grande casi que ella. Con orgullo de madre nos dice que le han propuesto estar un año más de servicio militar para convertirse en oficial. Por la tarde veré cerca de Jerusalem algunos de esos chavales-soldado y me pregunto como puede ser normal que en todo el mundo se haga entrar en el ejército a adolescentes a los que apenas les dejamos el derecho a votar. Como objetor de conciencia no se encontrar un comentario adecuado y vuelvo la vista hacia mis colegas de Madrid (un portugués, un frances y tres españoles), para darme cuenta que seguramente ninguno de ellos ha pasado tampoco por el ejército. En Israel los hombres hacen tres años de "mili" y las mujeres dos. Posteriormente pasan a la reserva hasta los 45 años, y lo normal es pasar servicios adicionales por periodos de un mes o más cada año. Durante nuestra charla me doy cuenta que su participación en el ejército es una parte central de la experiencia de todos ellos, mujeres y hombres. Se me antoja como seguramente un elemento cultural cohesionador clave para el país que define de forma muy importante la pertenencia al grupo muy por encima de, por ejemplo, lo religioso. Un ejército-nación, un concepto y modo de pensar que me hace sentir absolutamente ajeno y extraño. Entiendo el mérito que puede llegar a tener aquí declararse pacifista o cuestionar las acciones del ejército israelí, porque supongo que para la mayoría debe considerarse una forma de traición.

Por la tarde acabamos pronto y acordamos hacer una breve visita guiada a Jerusalem. Nos recoge Iuri, un guía israelí de unos sesenta años que nos conduce por los sesenta kilómetros que separan las dos ciudades. El paisaje durante el primer tramo se realiza por una llanura llena de cultivos y con apariencia de fertil e incluso húmeda. Iuri nos cuenta que este invierno ha llovido mucho lo que sin duda nos da una falsa impresión al respecto. Durante nuestra ascensión hacia Jerusalem, que se encuentra a ochocientos metros de altitud, el paisaje cambia cruzando por algunas zonas arboladas que dan paso a terrenos muy erosionados con suelos cubiertos por roca caliza desnuda entre las que se plantan olivos allí donde hay un trozo de suelo arcilloso. No es un paisaje ajeno para alguien que vive en Guadalajara, quizás algo más extremo, pero uno se pregunta que tiene de atractiva la zona para que en ella se haya establecido la capital histórica de la región. La respuesta parece tener más sentido desde el punto de vista estratégico y militar, dado que la ciudad se establece sobre el punto divisorio entre la llanura costera y el valle del Jordán.

Durante el camino charlo con Iuri. Me explica la demografía de Israel en una doble clasificación étnico-religiosa, con un ochenta por ciento de judios que oscilan entre ateos y ultrareligiosos, un doce por ciento de  árabes musulmanes, un cuatro por ciento de árabes cristianos y un cuatro por ciento de otros. La combinación de nacionalismo político con sentimientos de pertenencia étnica y religiosa parece una receta segura para el desastre. Nuestro propio guía parece ser agnóstico, pero se le intuye un ferreo nacionalismo y un fuerte sentimiento de pertenencia étnica. Lo curioso es que desde fuera la comida, el idioma e incluso los rasgos físicos de árabes y hebreos se nos antojan prácticamente iguales. Se trasluce también en la conversación la importancia que los israelies dan al estudio y la formación, en Jerusalem pasaremos por la cuidada y bonita zona universitaria, de tamaño grande para una ciudad de menos de un millón de habitantes. No parece casual que la cultura judía haya aportado a la humanidad tantos geniales pensadores.

Tiro a Iuri de la lengua un poco sobre el conflicto israelí-arabe. Habla con la arrogancia del vencedor y minimiza el problema reduciendolo a que cada uno vive en su lado. Con cierta prepotencia responde a mi pregunta sobre si le preocupa la falta de estabilidad en Siria, si hay que recurrir al ejército se haría como otras veces (no recuerdo si lo dijo expresamente o así lo intuí). Esa naturalidad con la que se vive el conflicto y el recurso a la guerra se antoja de nuevo sumamente extraño desde el punto de vista europeo.

Nuestro guía no nos lleva por la autopista principal, sino por otra que cruza zona palestina según las fronteras reconocidas internacionalmente. Nos dice que lo hace para evitar el tráfico y para acceder desde la zona del Monte de los Olivos desde donde se tiene la mejor visión de la ciudad antigua. Sea como sea lo que veo en el camino es súmamente llamativo. A los lados de la autopista se alternan alambradas con muros de hormigón salteados de torretas militares. Más allá se ven poblaciones judías y musulmanas separadas por pocos kilómetros, a veces adyacentes. La arquitectura difiere, más occidentales las poblaciones judías, pero sobre todo se aprecia más cuidadas y menos pobres que las depauperadas y descuidadas edificaciones que se vislumbran en los pueblos palestinos.

Se observan pasos fornterizos con presencia militar que comunican unas zonas con otras. Iuri minimiza el problema y rechaza hablar de frontera, los muros están para evitar que se lancen piedras a la autopista, como si estuvieramos ante un problema de gamberrismo. Con naturalidad habla de los permisos de trabajo y como la población palestina accede durante el día a la zona israelí, donde se centra la actividad económica, para volver por la noche a su zona, algo extrañamente compatible con negar que haya frontera. Se intuye una visión del palestino como un inmigrante en su propia tierra al que se le limitan derechos que no se le limita a ningún emigrante en ningúna otra nación. El paralelismo con el "apartheid" se hace abrumadoramente obvio, y el cinismo con la que el mundo lo consiente resulta increible y desesperanzador.

La rapidísima visita a Jerusalem acrecienta mi sensación de estar en un mundo que me es ajeno y extraño. Desde el Monte de los Olivos, casi ya de noche, se ve una bonita panorámica de la ciudad vieja en la que destacan las muy bien conservadas murallas del siglo XVI que rodean un centro histórico de aproximadament un kilómetro cuadrado. Por encima de todo destaca el brillo dorado de la cúpula de la roca sobre el monte del templo. La falta de luz y una acumulación de polvo del desierto en el ambiente impide vislumbrar los detalles. Bajamos en coche por la ladera del Monte de los Olivos donde se encuentra el cementerio judío y pasamos en nuestro recorrido de unos cientos de metros junto al huerto de Jetsemaní y varias iglesias dedicadas a eventos diferentes de la vida y muerte de Jesucristo. Reconozco una importante ignorancia al respecto de los detalles del mito cristiano, pero confrontar los nombres repetidamente oidos con el lugar en si, con todo el distanciamiento de quien carece de sentimiento religioso alguno, me deja la sensación de estar en un lugar ordinario. No soy objetivo, mi visión se hace desde el rencor que siento hacia todas las religiones, y especialmente la cristiana católica con la que convivo. Lo que más interesante se me antoja es el propio cementerio judío, con su  abigarrada monotonía de lápidas blancas sin ninguna ornamentación y cuyo uso se remonta a tiempos bíblicos. También destaca por parecer fuera de lugar la iglesia ortodoxa de Santa María Magdalena con sus cúpulas doradas. No obstante no nos detenemos pues dedicaremos nuestro escaso tiempo a un paseo por la ciudad amurallada.

Aparcamos y hacemos nuestra entrada a la peatonal ciudad amurallada por la puerta de Sión, entre le barrio armenio y el judío. Cruzamos el barrio judío, limpio y bien cuidado cuyo centro es la plaza de Hurva, con su sinagoga ya cerrada a esa hora, pocos metros nos separan de la explanada del templo (o del muro) donde se encuentra el muro de las lamentaciones. Se accede sin problemas, pasando por un detector de metales bajo la descuidada vigilancia de un chaval armado con un arma automática. No me parece ni soldado ni policía, me pregunto si no será nombrado por la propia sinagoga. En la explanada no hay demasiada gente dado la hora que es. Destaca una pasarela completamente forrada de madera, a modo de tunel, que permite acceder desde el exterior de la explanada hasta el monte de templo, lugar de culto musulmán. Tiene un cierto aire de las pasarelas para el ganado, y su objeto es evidentemente aislar a los que entran en el area musulmana de la zona de culto judía, expuesta al lanzamiento de objetos por parte de los que ascienden a la parte superior. A un lado, el muro de las lamentaciones, dividido por una valla en una zona para mujeres y otra para hombres.

La zona de las mujeres es la más cercana a la pasarela, y es a la vez que mucho más reducida que la de los hombres (el desprecio a la mujer parece comun a las tres religiones semíticas). Para acercarme al muro debo ponerme uno de los "kipa" a disposición del público para cubrirse la coronilla según la costumbre hebrea. La escasa gente ora con devoción, mientras mis colegas se hacen fotos posando junto al muro. Al lado norte de la zona de los hombres hay un pequeño tunel paralelo al muro que ofrece una zona más recogida y cubierta. Hace frío y este lugar cubierto es mucho más propicio con mal tiempo, hay incluso calefacción. El tunel de unos treinta o cuarenta metros está jalonado con estanterias con lo que supongo son ejemplares del Torah, y allí el fervor religioso parece más concentrado, los rezos son en voz alta y las ropas negras, sombreros de ala y patillas con tirabuzones de los ultra-ortodoxos, frecuentes en toda la ciudad, son la norma. La sensación de estar fuera de lugar se vuelve tan intensa que no llego a recorrer todo el tunel y me salgo enseguida. Mis compañeros graban allí en video en lo que me parece una falta de respeto solo comparable a la tolerancia con la que estos fanáticos religiosos permiten que se graben sus ritos.

Salimos de la explanada por la entrada norte custodiada con similar indolencia a la que nos sirvió de entrada y de repente nos encontramos en la zona musulmana. Las apretujadas casas se encuentran más descuidadas y ruinosas, y aparecen algunas tiendillas a los lados de la estrecha calle. Me sorprende ver algun judío ortodoxo cruzando sin aparente problema, y le pregunto a Iuri si al estar las comunidades juntas se produce algún tipo de altercado. Me indica que la seguridad es buena y la gente sabe a que atenerse. Me daré cuenta despues que no creo haber visto policias ni militares en la zona amurallada. Le pregunto si hay signos externos que permitan determinar cuando alguien es musulmán (como ocurre con los ortodoxos judíos) y me dice que se nota en el lenguaje corporal. Posteriormente me repetirá lo del lenguaje corporal al pasar por el puesto de control de la autopista, y me quedo con la sensación de que se encuentra en situación de alerta permanente, siempre pendiente de un gesto por parte de esa gente en la que obviamente no confía. Sin embargo hay algo en su paseo que me da la sensación del que se siente dueño del lugar, como si los que allí lo habitaran fueran invitados consentidos. Puede ser que esa impresión me la cree mis propio prejuicio.

Ando pensando esto cuando nuestro guía nos alerta de que estamos en la Via Dolorosa, por donde Jesucristo fuera obligado a acarrear su cruz hasta el Golgota. Recorremos la estrecha calle convertida ahora en zoco forrado de tiendas. Las tiendas ya han cerrado, los turistas no están, y las calles se encuentran sucias y cubiertas de papeles y plásticos. No hay nada destacable en un recorrido de ascenso de unos cientos de metros que nos llevan por la "via crucis" hasta el barrio armenio y finalmente el templo del Santo Sepulcro. Inscripciones en la pared marcan las distintas "estaciones" lugares donde según el nuevo testamento ocurrió algo durante el recorrido de Jesucristo. Me vienen a la cabeza continuamente las imágnenes de "La vida de Brian". Se que hay gente que en estos lugares se derrumba por la emoción, pero yo solo veo un callejón no especialmente bonito de una ciudad antigua. La plaza donde se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro, también cerrada ya, es como cualquier otra plaza medieval. Nada en el exterior de la iglesa resulta demasiado llamativo para un profano en arquitectura como yo, y tampoco en la propia iglesia. Una vez más pienso que despojado del simbolismo, el lugar es relativamente corriente.

De vuelta al barrio musulmán nuestro guía nos lleva a un restaurante donde cenamos muy bien de nuevo, el mismo tipo de comida que hemos disfrutado los dos últimos días. No hay cerveza ni vino, ceno con una coca-cola, otro símbolo esta vez moderno, en una ciudad llena de carga simbólica. La lluvia que empieza a caer de vuelta hacia el coche nos impide ver gran cosa del Jerusalem moderno que recorremos sin bajarnos. El parlamento y los distintos ministerios nos dejan claro cual es la auténtica capital del estado de Israel, por más que por no herir sensibilidades las embajadas se encuentren en Tel-Aviv, al igual que nuestra propia oficina. La ciudad moderna la intuyo agradable, con bonita arquitectura, abierta y con bastantes parques.

Por el camino de vuelta reflexiono al pasar junto a Ramala, capital oficiosa de Palestina situada muy cercana a Jerusalem, sobre las impresiones de la visita. Se me antoja el viaje como un remedo de "El Corazón de las Tinieblas" que me ha llevado del mundo moderno al centro de la irracionalidad que supone la religión. Solo el fanatismo más absurdo pudo llevar a miles de europeos a luchar allí en las sangrientas cruzadas, el mismo fanatismo que alimenta odios en un rincón de la tierra sin ninguna relevancia estratégica o económica real.

Vuelvo al hotel y al levantarme el clima ha cambiado radicalmente. Hay tormenta y lluvia que nos acompaña hasta que salimos de Israel por la tarde. Mientras espero a embarcar le doy vuetas a lo que he visto. Por más que me encuentre en un país occidental en sus costumbres, tengo claro que no estoy en mi mundo y que por debajo de la normalidad subyace un conflicto que no parece tener solución. Me alegro de volver a la España y la Europa donde me reconozco, donde el conflicto armado parece algo superado y la religión ha ido perdiendo buena parte de su capacidad de hacer daño.

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