jueves, abril 26, 2012

No nos merecemos esto


Oigo las noticias en la radio mientras deshago los kilómetros de autopista que me separan del trabajo. Las seis y cuarto de un día que según la radio nos traerá junto a la lluvia, nuevos detalles de la actualidad política y económica, noticias más grises que el cielo que se adivina cuando amanezca. ´La misma rutina de cada mañana mientras miro distraidamente a la misma carretera, los mismos edificios y el mismo paisaje suburbano. Por el arcen, por el estrecho espacio quizás dedicado a los peatones, quizás robado por estos en un entorno pensado para los coches, veo caminando a dos mujeres. Caminan una detrás de la otra dado que el espacio no da más de si, supongo que se dirigen a alguna de esas desoladas paradas de autobus que se encuentran en la autopista y que a uno le cuesta adivinar de donde sale sus pasajeros. Las sobrepaso sin llegar a verles las caras, son dos mujeres más, dos personas más de los miles con los que me cruzo incluso a una hora tan temprana y en los que nunca me fijo, nunca nos fijamos.

Mi pensamiento sin embargo se detiene esta vez a pensar en ellas, y durante un instante se entretiene en dotar a esas dos figuras de humanidad. Me las imagino, compañeras de trabajo quizás, volviendo a casa tras una jornada nocturna en quien sabe qué empleo; más probablemente en el camino inverso, dirigiendose hacia su puesto de trabajo como hago yo mismo, destino del que supongo les separa un largo intercambio de autobuses y metro. En esta zona de la autopista existen dos destartalados edificios encajonados entre las pistas del aeropuerto y la propia carretera. Siempre se me antojaron como dos extrañas islas separadas de todo, el lugar donde uno nunca iría a vivir y en el que un pequeño bar parece ser el único elemento de ocio (aparte de ver aterrizar los aviones por encima de sus cabezas). Siempre que paso por este lugar me pregunto quién puede haber considerado que tenía sentido construir esos dos edificios en ese desamparado rincón, quién habría pensado que merecía la pena pagar algo por ellos, quién y en qué circunstancias puede haber decidido hacer de ese lugar su hogar, Quizás esta mañana he vislumbrado a dos de esos enigmáticos habitantes.

Las dos desconocidas quedaron atrás hace kilómetros, pero mi pensamiento sigue a su lado. Algo en su ropa o en mis prejuicios las imagina emigrantes, seguramente sudamericanas, venidas de un lugar del mundo donde vivir en algún rincon de esos edificios incrustados en ninguna parte puede incluso considerarse una vida mejor. Por algún motivo me las imagino charlando animadamente mientras esperan el autobus, exprimiendo felicidad como todos nosotros a base de las pequeñas cosas de la vida. Disfrutando quizás de la amistad mutua, sintiendose quizás afortunadas por tener aún el privilegio de levantarse a las cinco de la mañana, porque aún tienen trabajo. Quizás piensan como yo que ya es jueves y un largo fin de semana de puente se les aproxima. En mi divagación les he imaginado sus parejas y algun hijo que les esperará cuando vuelvan a casa dentro de seguramente muchas horas, despues de una larga jornada por la que cobrarán un salario que sospecho indigno, y tras dedicar algunas horas adicionales a transitar el transporte público madrileño. Un pequeño universo de relaciones familiares, esperanzas y planes que por algún motivo en esta madrugada gris me he imaginado relativamente felices, personalizando quizás en ellas algo que siempre me ha admirado, esa capacidad de la gente de mantener un cierto grado de felicidad y el buen ánimo en todo tipo de circunstancias.

Y mientras acabo de consumir los minutos de mi camino al trabajo, no puedo dejar de pensar en que con cada una de las "reformas" puestas en marcha por nuestro gobierno y de las que la radio del coche me informa cada día, se erosiona un poco más la capacidad de ser felices de esa mayoría de gente que se levanta cada día para hacer su trabajo mientras se conforma con tan poco. Y en lugar de la habitual rabia e indignación, esta mañana siento fundamentalmente pena. Pena porque no puedo dejar de pensar que esa pobre gente que se levanta a las cinco de la mañana para recorrer andando el arcen de la autopista camino de su trabajo, no se merece todo lo que se les está haciendo. No se merecen ver como a la angustia por su despido se une la angustia de no poder acceder a los sistemas sanitarios. No se merecen ver como les deshaucian de esa vivienda en la que han metido el fruto de años de esfuerzo, a la vez que se les condena a pagar una supuesta deuda pendiente de por vida. No se merecen que se les retrase el disfrute de una pensión durante los últimos años de una larga vida de trabajo. No se merecen perder la oportunidad de que sus hijos tengan una educación pública digna y con ellos la esperanza de que tengan una vida algo menos precaria que ellos mismos.

Más tarde me encuentro al Ministro De Guindos dirigiendose a mi desde el telediario de una televisión sin sonido. Mejor así, no quiero oir como intenta justificar algun nuevo ataque a las oportunidades de felicidad de toda esa gente con la que me cruzo por la mañana camino del trabajo. Solo quisiera que pudiera ser yo el que me dirigiera a él, a todos aquellos que ejecutan con eficiencia inmisericorde la agenda de recortes a nuestra felicidad, para pedirles a todos ellos simplemente que paren, que piensen en lo que hacen, porque de verdad que creo que no nos merecemos todo esto.

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