lunes, enero 21, 2013

Se produjo la confesión: prácticas ilícitas enturbiaron la competición durante años.


Finalmente se ha hecho público, ahora ya no queda lugar a dudas, y confirmamos que sus numerosas victorias no fueron precisamente limpias, los éxitos se cimentaron mediante el recurso a la trampa, y la noticia arrasa en los medios de comunicación.

Durante años lo habíamos ido sospechando a medida que los casos conocidos de fraude se iban haciendo públicos, aunque en el fondo muchos preferían no creerlo. Sabíamos que tráficos de ese tipo se producían en distintos equipos, y sospechábamos que el problema se centraba sobre todo entre los grandes, los que aspiraban a ganar. Sin embargo ahora que por fin se confirma que la podredumbre que envolvía a esta competición llegaba a lo más alto, se hace más evidente que el problema no es de personas actuando aisladamente. No pudo ocurrir sin que el resto de sus compañeros lo supieran, sin que las direcciones de los equipos ampararan y fomentaran dichas prácticas, y sin que buena parte del equipo participara en las mismas prácticas ilícitas que ahora afloran.

En su caída, el líder arrastrará consigo a toda la competición, que queda inexorablemente manchada a los ojos de los que antaño aún creían en ella. Muchos que no habían caído aún en el desencanto pasarán a las filas de los escépticos y pensarán que todos los competidores son iguales y que no hay forma de que se produzca la necesaria limpieza.

Es cierto que los más forofos se ampararán en cualquier excusa para no aceptar que habían puesto su admiración y dado su apoyo a personajes indignos. Algunos se intentarán consolar argumentando que en realidad todos hacían lo mismo y que haberse negado a seguir esos métodos hubiera supuesto competir en desventaja. Otros tratarán de pasar página amparándose en que esas prácticas ilícitas se abandonaron hace tiempo, que son cosas del pasado. Es lo que pasa a los que abandonan la racionalidad para convertirse en forofos, que se niegan a ver las evidencias de las debilidades de aquellos a los que siguen y a los que siempre intentarán disculpar. Pero la mayoría se enfrentará con la necesidad de aceptar un hecho que parece incontestable, la competición estaba manchada y con toda probabilidad lo sigue estando, aunque quizás las prácticas se hayan sofisticado y resulten más difíciles de detectar. Con tristeza tendremos que admitir que solo es una cuestión de tiempo el que se hagan a la luz las trampas actuales.

Lamentablemente, al contrario que en el caso del dopaje de Amstrong, que casualmente aflora también en estos días, no nos queda el recurso de retirarle las victorias y las medallas. Los que recibían los sobres con dinero negro seguirán ejerciendo un gobierno que alcanzaron mediante métodos corruptos en connivencia con las oligarquías económicas, y seguiremos sufriendo las consecuencias de sus desmanes hasta que unas lejanas elecciones nos permitan una oportunidad de echarles. Y nadie nos devolverá el daño irreparable que han causado durante sus años de gobierno ilegítimo.

Hablaba del caso Bárcenas, por supuesto.

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