viernes, junio 14, 2013

Mitos de la economía de mercado


Estando en la universidad, debía de ser en mi primer año, un profesor de aquellos que uno no recuerda pasados los años, nos hizo un planteamiento que si que se me quedó grabado. El tema era relativo a la eficacia del mercado para fijar un precio justo a cada producto, y se centró al respecto de las críticas  de que el beneficio empresarial a veces se consigue a base de crear daños sociales.

Nuestro profesor, desde la autoridad que su posición le daba ante chavales de 18 años, nos explicó como esos argumentos eran fácilmente rebatibles. Ponía el caso de la empresa que contamina un río, y nos indicaba como era perfectamente posible cuantificar el daño causado en términos económicos, de forma que dichos costes se cargaran al de producción. Si por ejemplo, el río perdía su atractivo turístico, bastaba con cuantificar las pérdidas y cargárselas vía tasas a la empresa, de forma que la comunidad se resarcía del daño causado. Según su teoría, la cuantificación de los costes sociales puede ser más o menos complicada, pero era siempre posible, por lo que el libre juego de oferta y demanda seguía siendo eficiente.

Recuerdo que el argumento me sorprendió, y creo recordar también que inicialmente lo asumí aunque fuera de forma reticente. Pasados los años me sorprende mi ingenuidad cuando el contra-argumento resulta extremadamente sencillo. Recientemente veía un documental en el que se hablaba de la extracción de arenas bituminosas en Canadá para obtener petroleo, en un proceso que arrasa regiones enteras. Los indios nativos de las zonas explotadas han sido compensados económicamente de forma generosa, pero alguno de ellos indicaba con nostalgia como en el sitio en que se encontraban en ese momento, una extensión arrasada por maquinarias inmensas, había un pequeño lago rodeado de bosques donde su padre solía llevarle a pescar cuando era niño. El daño de la pérdida de un paraje natural se mide en sentimientos de la gente y pretender cuantificarlo en términos económicos es ridículo.

Viene esto al caso cuando uno piensa como gente que maneja ese mismo tipo de teorías es la que está al frente de nuestra administración pública. Cuando uno de estos tipos que pretenden aplicar principios del mercado a los servicios públicos se enfrenta al problema de decidir cuanto dinero hay que dedicar a sanidad, me pregunto cual es el precio que ponen al sufrimiento que sus recortes causan. El cierre de un servicio de urgencias tiene consecuencias en pérdida de vidas, en sufrimiento de un enfermo camino de un centro más distante, en angustia de un familiar que no sabe si llegarán a tiempo a su punto de atención. Me pregunto si estos que nos gobiernan simplemente ignoran esos hechos, o si habrán conseguido medir en euros el precio del sufrimiento de un padre que ve como la vida de su hijo se le escapa camino de un lejano centro de atención sanitaria.

Es evidente que el capitalismo de mercado es inmisericorde, algo que en el fondo todos tenemos asumido. Una empresa que se lleva su producción a otro país condenando al paro a cientos de familias causa un inmenso sufrimiento, pero muchos pensarán que es el precio que hay que pagar para conseguir un sistema eficiente. Es lo que Joseph Schumpeter denominaba "destrucción creativa", en la que nuevos productos y empresas reemplazan a otras y mueven la economía. Que el proceso es inhumano es algo que seguramente ningún economista de los que defienden la economía de mercado se atrevería a discutir, es el precio de la eficacia y el progreso. Sin embargo, cuando pienso en como en países como el nuestro la capacidad de trabajo de millones de personas se desaprovecha en las colas del paro mientras necesidades básicas siguen desatendidas, no puedo menos que preguntarme donde está la supuesta eficacia del mercado para asignar recursos.

Cuando uno le da un par de vueltas, lo que resulta realmente sorprendente es como se ha podido convencer a la gente tan fácilmente de las bondades de este estúpido, ineficaz, injusto y salvaje capitalismo de mercado.


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