Una vez más, la izquierda alternativa se encuentra en la encrucijada de resolver el dilema de su relación con el PSOE. Una vez más, cuando la cosa se pone desesperada, el PSOE nos ofrece sacar adelante alguna de nuestras medidas bajo el chantaje de usar nuestro rechazo para marcarnos como intransigentes y poco razonables extremistas, responsables de que acaben gobernando esa derecha post-franquista que representa el PP. No es de extrañar la tentación de sucumbir, bajo la aparente evidencia de que siempre será mejor apoyar a un tibio PSOE que acabar permitiendo que gobierne la derecha. Yo francamente me quedo con la segunda opción, arriesgada, peligrosa, cruel y dolorosa como es. Me explico:
Vivimos en un
mundo tan cíclico en la política y la economía, como es la propia naturaleza. A
un ciclo de gobierno del ala progresista del sistema sigue inexorablemente un
ciclo de gobierno del ala conservadora. El sistema se basa en un monótono
turnismo que ofrece una apariencia de cambio cuando la frustración de la gente
supera su natural tendencia a no arriesgar lo que ya tiene. A un invierno
conservador sigue un deshielo progresista que permite recuperar lo perdido
antes de que un nuevo invierno se nos eche encima. A largo plazo, subyacen junto
a esos ciclos cortos, otros más largos, que determinan si entre inviernos y
veranos el hielo de la injusticia social acaba por avanzar o retroceder. Un
invierno conservador de tan solo una legislatura puede ser corto, pero extremadamente
agresivo, llevándose por delante avances sociales que costaron décadas. Un
verano progresista puede ser largo, pero tan tibio en sus avances sociales que
no nos permita recuperar el espacio perdido durante la fase previa. Lo que
determina si en el ciclo largo se produce avance social no es solo la duración
de las distintas fases cortas, sino su intensidad.
Lo que determinamos
cuando aceptamos un acuerdo de mínimos con el PSOE es el techo de nuestras
aspiraciones en esta fase corta del ciclo. Tras un periodo extremadamente
agresivo de pérdida de derechos y libertades, apoyar unas pequeñas mejoras puede
sin duda atraernos simpatía entre esas capas de la población que teme cambios radicales.
Podemos además lograr un respiro en el acoso mediático por parte de esos
poderes económicos y que nos gobiernan en la sombra. El precio que se pagará no
será solo la renuncia a luchar por objetivos más ambiciosos en un momento histórico
en que la correlación de fuerzas era la más ventajosa desde hace décadas, sino
que traerá consigo la desmovilización y frustración entre esa parte de la
población comprometida con un cambio más profundo.
Ellos saben que
hay veces que hay que aflojar y ceder para evitar que la tensión provoque
rupturas. Ellos manejan el ciclo largo, que es el que realmente acaba
importando, mientras nos tientan ofreciéndonos un ciclo corto de pequeñas
mejoras. Cuando las circunstancias sean favorables, volverán con energías
renovadas a llevarse por delante los pequeños avances conseguidos y darnos una
vuelta de tuerca más en la explotación e injusticia social.
No ceder al
chantaje de un acuerdo de mínimos no es algo fácil de gestionar. Sin embargo, ceder
no es más que aceptar una derrota a largo plazo, y hacerlo sin llegar a luchar.